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Una superviviente de Villa Grimaldi

En el estreno de este espacio periodístico, traigo la entrevista con una mujer excepcional, que supo reconstruirse tras el horror de la tortura durante la dictadura de Pinochet. Hace unos días, Nubia Becker presentó su libro en Madrid, el relato personal del sufrimiento en un centro de tortura. El Garaje Ediciones lo edita por primera vez en España.

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El testimonio lúcido, comprometido y desgarrador  de Nubia Becker Eguiluz (Santa Bárbara, Chile, 1937) llega a España en forma de libro, su propia obra. Una mujer en Villa Grimaldi. Tortura y exterminio en el Chile de Pinochet (El Garaje Ediciones, 2018) es un texto absolutamente devastador, que remueve las entrañas y la conciencia del lector. «Nadie que abra este libro podrá salir indemne», ha escrito de él el escritor Raúl Zurita, Premio Nacional de Literatura de Chile. La periodista Betzie Jaramillo, hija de Nubia, asegura que no ha podido abrirlo y leerlo porque el sufrimiento colosal recogido en la obra «es verdad, una monstruosa verdad«. Precisamente por eso conviene leerlo, porque el libro de Nubia es memoria viva de las torturas y de la desaparición de miles de opositores del régimen militar de Pinochet (1976-1990).

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Nubia Becker, durante la presentación de su libro en Madrid. Foto: El Garaje Ediciones

Nubia fue militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR); Rosa, su sobrenombre en la guerrilla. Fue detenida y conducida a centros de tortura en dos ocasiones; en la ultima, a Villa Grimaldi, una antigua hacienda señorial que el régimen de Pinochet habilitó para los más cruentos métodos de tortura. Como la parrilla, un catre metálico sobre el que se colocaba a la persona detenida y, desnuda, se le aplicaban descargas eléctricas. Nubia sobrevivió a la `parrilla´tanto física como mentalmente. No se quebró, no delató a sus camaradas. Ese era el objetivo de la policía política del régimen, la delación de sus prisioneros, no solo por motivos estratégicos, sino para minar la moral de los opositores, su cohesión. «Para hacernos sentir como el último despojo», cuenta Nubia.

 En Villa Grimaldi los hombres y las mujeres estaban separados. Ellas, en una especie de jaulas, hacinadas, con los ojos vendados, pasando sed y todo tipo de necesidades. Tenían prohibido hablar entre ellas. Al cabo de un tiempo en aquellas condiciones, las prisioneras pasaban a un barracón, donde igual de hacinadas, al menos podían conversar con otras detenidas. Tanto en las jaulas como en el edificio, las mujeres vivían en el más absoluto terror: en cualquier momento se las podían llevar a la `parrilla´ o colgarlas y golpearlas. Lo peor era presenciar la tortura a los propios hijos. "¿Cómo se puede culpar a una persona que delata y pone en peligro a su organización porque no puede resistir que hagan daño a un hijo?", le pregunto a Nubia

«No se puede. De todas formas, consiguieron poco de eso. Pocos se chivaron. La delación no fue lo general. Son contados los casos de prisioneras que se pasaron a los grupos represivos. Las hubo, claro. Recuerdo dos del MIR y una socialista. Las del MIR luego declararon en la Comisión de la Verdad, colaboraron, pero ya estaban marcadas, no volvieron a participar en política», explica la chilena.

 

 

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Nubia Becket en un retrato facilitado por ella misma
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Uno de los pabellones de Villa Grimaldi antes de convertirse en un centro de tortura para los prisioneros. Foto: Corporación Parque por la Paz

-¿Puede hablarse de una criminalidad especifica contra las mujeres, tanto en Villa Grimaldi como en otros centros de tortura repartidos por Chile en aquella época?

-Por supuesto. Los torturadores sentían una ira machista porque las mujeres nos habíamos metido en política. Ese no era nuestro sitio natural, sino el hogar, el cuidado del esposo y de los hijos. Nos consideraban unas sueltas, unas prostitutas. La tortura iba dirigida a dañar nuestro cuerpo de mujer: los senos, la vagina. Nos colocaban electrodos en esos sitios y nos golpeaban ahí. Nuestras secuelas como torturadas fueron principalmente ginecológicas.

-En el libro habla de vejaciones tales como las burlas de los torturadores ante la menstruación de la mujer.

-Sí. Siempre nos desnudaban. Era una manera de reducirnos a la categoría de un animal, como si fuéramos basura. Nos obligaban a hacer nuestras necesidades delante de ellos. Hubo abusos y violaciones.

-Tras dos años detenida, desaparecida para su familia, en centros de torturas, tuvo que exiliarse. Escribió entonces este libro. ¿Cree que el exilio chileno hizo lo suficiente para contar al mundo lo que estaba ocurriendo en su país?

-Sí, fue un exilio muy activo. Tras mi liberación, seguí trabajando en la resistencia y luego me fui a Venezuela, donde permanecí dos años, y después otro en Cuba. Tras un periodo entrando clandestinamente en Chile, decidí trabajar en mi país en el Comité por los Derechos del Pueblo. Puedo decir que el exilio chileno hizo muy bien su trabajo. Escribí el libro en la clandestinidad. Quería contar al mundo lo que pasaba en Chile, para que se supiese y nunca se olvidara. El libro fue pasando de mano en mano. Creo que el libro ayudó a crear una conciencia de lo que nos había pasado como país.

 

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Nubia (de rojo), Oswaldo, su compañero, y su hija Betzie, a su llegada a Madrid hace dos semanas.

Dice Nubia Becker en su obra: «Hay que ser prácticos y fríos, además de fuertes y decididos, claros y rotundos para poder hacer parir, en medio del caos y del drama, la belleza, la luz de la nueva vida». Este bello fragmento se enmarca en la autocrítica que realiza la autora respecto a las tácticas del MIR  y de otros partidos de izquierda durante los primeros años del régimen militar.

«La lucha tiene su momento. Y aquel no fue el mejor momento. Hubo un momento de lucha en Chile, cuando la reforma agraria de los años 60. Las masas obreras estaban concienciadas, pero la situación cambió el 11 de septiembre de 1973 –explica la escritora chilena–. El golpe de estado, la muerte de Allende… No hubo un pueblo que saliera a defenderlo. Teníamos que haber parado ese idealismo absurdo del izquierdismo porque no se daban las condiciones para la lucha. Teníamos que haber emprendido otra táctica. El idealismo me encanta, entiéndame, pero siempre hay que tener un asidero».

-¿Qué secuelas quedaron en Chile tras la dictadura?

-Chile es la expresión máxima del neoliberalismo, más que Estados Unidos. Eso se lo debemos a Pinochet. Aún tenemos vigente la constitución de Pinochet. Y aunque hay un clamor para abolirla, no se llega a emprender ese cambio de constitución. Los sindicatos quedaron devastados, los partidos políticos están desacreditados. El pueblo perdió sus derechos.

-¿Se depuraron responsabilidades por los 17 años de dictadura?

-Creo que se hizo más que en España. Aunque no hubo juicio al Ejército ni al aparato judicial, algunos torturadores, como Contreras, sí llegaron a entrar en la cárcel. Hubo una fuerte reivindicación de los derechos humanos y se declararon como crímenes de lesa humanidad el exterminio que sufrió la población chilena y la desaparición de miles de personas.

 

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